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«La fe en la tierra sostiene la esperanza del cielo.»
Papa León XIV, Plaza de San Pedro, 19 de octubre de 2025.
Fue un mar de alegría tricolor, un nosotros unido en la esperanza, lanzando al vuelo de una mañana casi tan azul como las decembrinas de Caracas, un revolotear de guacamayas tricolores que renacían, insistentes, en las manos de miles de venezolanos que nos apropiamos con una gran sonrisa de las piedras eternas y las elevadas columnatas de la majestuosa Plaza de San Pedro en Roma. Allí, los cuatros y las bandolas persiguieron a un diablo suelto para rendirlo a los pies de nuestros santos.
Dimos un viaje de luz, desde Apure hasta las playas de nuestro norte eterno, hoy extendido por todo el mundo que nos acoge y recibe. Ratificamos nuestra fe y nuestro compromiso con la libertad. Todos, absolutamente todos, llevábamos en el pecho un ruego, una súplica a José Gregorio y a la Madre Carmen; y todos también sabíamos cuál era. Desde esa plaza se elevó nuestra oración, cruzando los cielos hasta nuestra Tierra de Gracia y de allí, a las eternidades.

La canonización del doctor José Gregorio Hernández y de la Madre Carmen Rendiles marca un momento de profunda significación espiritual para los venezolanos. No es solo un reconocimiento eclesial, sino la confirmación de que la santidad también brota en el centro de la fe popular, en la dificultad, el dolor y la búsqueda incansable de sentido.
Las palabras del Papa León XIV —»la fe en la tierra reafirma la esperanza en el cielo»— resuenan en el corazón de un país que ha sabido sostener la esperanza como virtud esencial de su identidad. En Venezuela, creer en un futuro libre y próspero, forjado como nación unida, sigue siendo un acto de resistencia y una forma de reafirmar que la oscuridad no tiene la última palabra.
Nuestro José Gregorio Hernández representa esa fe encarnada en el servicio, la ciencia y el estudio. Fue un hombre que unió la razón y la compasión, la medicina y la oración, la tierra y el cielo. Su ejemplo continúa vivo en cada médico venezolano que atiende con vocación en nuestra patria y en los más apartados rincones del mundo; en cada enfermo que no se rinde; en cada familia que reza con gratitud por la vida. La canonización del “médico de los pobres” no solo enaltece su figura, sino que recuerda a los venezolanos que la santidad también puede expresarse en lo cotidiano, en la entrega silenciosa y en la fidelidad a los valores del bien común.
La Madre Carmen Rendiles encarna la fortaleza de la mujer venezolana que edifica, acompaña y sostiene. Su vida consagrada fue testimonio de ternura activa, de obediencia luminosa y de servicio silencioso. Su canonización invita a redescubrir la fuerza espiritual que habita en la sencillez, en la vida interior y en la entrega generosa. Ambas figuras —nuestros santos José Gregorio y la Madre Carmen— se convierten hoy en pilares de una espiritualidad venezolana que, sin renunciar a la esperanza celestial, se compromete con la construcción del Reino aquí en la tierra, en paz, en libertad y con democracia.
En un país que anhela esa libertad y esa paz, y que ha luchado y sigue luchando por ellas de muchas formas, la fe se convierte en un gesto profundamente político (por tanto activo y militante), en el sentido más noble del término: compromiso con la comunidad y con los necesitados, reafirmación de la dignidad humana y convicción de que el bien común es no solo posible sino indispensable. Entonces, la fe no es evasión, sino raíz; no es refugio, sino impulso. Y cuando el Papa nos dice, en aquel espacio abierto a la tierra y al cielo, que «la fe en la tierra reafirma la esperanza en el cielo», nos recuerda que el amor concreto al prójimo —ese que se traduce en gestos de solidaridad, justicia y reconciliación— es la antesala de la eternidad.
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Hoy Venezuela necesita de esa esperanza activa que no espera pasivamente un milagro, sino que lo genera desde la bondad y la solidaridad de su gente. Requerimos no abandonar jamás lo que nunca hemos abandonado: la esperanza y la lucha por la libertad. En cada comunidad que se organiza, en cada familia que se mantiene unida, en cada joven que sueña con quedarse para reconstruir su país, en los que desde la distancia amanecemos día a día con la luz de la nostalgia en el pecho, la fe y el trabajo se vuelven motor de transformación. La esperanza cristiana, en su sentido más profundo, no niega el sufrimiento: lo abraza y lo convierte en camino de redención; y acoge la alegría del día a día como un regalo siempre presente de la vida y la esperanza.
La canonización de nuestros venezolanos ilustres es también un signo de reconciliación espiritual. Nos recuerda que, más allá de las divisiones, hay un sustrato común que nos une: la búsqueda y la reconstrucción de un país donde la dignidad de cada persona sea respetada, donde la justicia no sea privilegio y donde la paz no sea utopía.
La fe de José Gregorio y la humildad de la Madre Carmen son faros que orientan a un pueblo que ha aprendido a esperar sin perder el horizonte de lo posible.
En la Venezuela de hoy, creer es un acto de esperanza y amar es un acto de libertad; y, no lo olvidemos, también un acto de rebeldía. La canonización no solo celebra a nuestros dos santos, sino a todo un pueblo que, en medio de la adversidad, sigue afirmando la vida, la fe, la libertad, la alegría y el perdón. En la medida en que esa fe se traduzca en gestos concretos de compasión, justicia y fraternidad, siguiendo las palabras de León XIV, se irá construyendo y concretando en la tierra un anticipo de la paz del cielo.
Porque la fe en la tierra no es una promesa distante, sino una tarea cotidiana: sembrar esperanza donde hay desesperanza, sanar donde hay herida y liberar donde hay opresión. Así, el mensaje de José Gregorio Hernández y de la Madre Carmen Rendiles continúa vivo:
Venezuela, tierra de fe, está llamada a ser también tierra de esperanza, libertad y paz.
Alejandro Oropeza G.: Residenciado en L’Aquila, Abruzzo, Italia. Es CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana, doctor en Ciencia Política, analista político y escritor.
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